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Víctimas de su arcoiris

Consideraciones de la violencia contra la comunidad LGBTI

Todos somos iguales, pero unos más iguales que otros

George Orwell

Publicado: 2016-06-19

El domingo 12 de junio, una masacre ocurrió en Pulse, una discoteca frecuentada por la comunidad gay en Orlando (EEUU). Murieron 50 personas y otras 53 quedaron heridas de gravedad. El autor del tiroteo fue Omar Mir Seddique, joven de 29 años, nacido en Estados Unidos, aparentemente vinculado al grupo terrorista del ISIS. 

El domingo 22 de mayo, una masacre ocurrió en el bar gay Madame, en la ciudad capital del Estado de Veracruz, Xalapa, México. Murieron cinco personas y alrededor de quince quedaron gravemente heridas. Los autores: al menos tres sujetos que dispararon sin piedad, aparentemente vinculados a un cártel de drogas de la zona. 

El martes 31 de mayo, dos sujetos montados en una moto le dispararon en la cabeza a Zuleimy, una adolescente transgénero de 14 años. Esto ocurrió en el distrito de La Esperanza, Trujillo, nuestro Perú.  

Y así podría seguir con una larga lista.

¿Qué tienen en común estos asesinatos? Las víctimas. Coincidentemente son miembros de la comunidad LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales).Pero ¿por qué ellos? ¿Qué nos han hecho para provocar semejantes actos de violencia?

No se lo digas a nadie. Tenemos tremendos problemas con la sexualidad. Con la de nosotros y, especialmente, con la de los demás. Ni siquiera es fácil y claro conversar sobre ella. Nos cuesta, dudamos y hasta nos sonrojamos cuando decimos o escuchamos “pene” o “vagina”, y otros, muy pacatos ellos –espero que en pequeño grupo o en franca extinción-, ven pornografía hasta en un beso. Otras veces nos topamos con la sexualidad en los llamados chistes rojos, cuya gracia radica, precisamente, en que sabemos que algo estamos transgrediendo, porque entramos en el campo de lo prohibido. Mucho más nos cuesta y hasta nos genera rechazo alguien que es abierta y expresamente sexual, es decir, cuando no tiene ningún tapujo en mostrar su deseo y hasta de invitarlo. Pero lo que ya no podemos soportar y consideramos condenable y repudiable es a los homosexuales como a sus demostraciones de amor; porque son personas a quienes reducimos absoluta, prejuiciosa y solamente a su sexualidad. No soportamos ese revestimiento obsceno que, contradictoriamente, nosotros les hemos impuesto. No son ellos los obscenos, nosotros somos los productores de la obscenidad. Y, al mismo tiempo, bajo la suposición de que los homosexuales fueran exclusivamente sexuales, se debe admitir que nos genera rechazo aquella libertad -de la que carecemos muchos de nosotros- de poder manifestar nuestra sexualidad sin la censura de la que estamos acostumbrados.

Al colegio no voy más y la universidad de la vida. En el Perú, como seguramente se repite en muchos países, la educación sexual impartida en las escuelas se limita a la descripción del aparato reproductivo de ambos sexos, a la explicación de los periodos de fertilidad femenina y a un vídeo traumatizante y explícito de la práctica abortiva. Y en todos los libros dizque educativos que nos guían durante la primaria y la secundaria hallaremos solamente dos términos inamovibles de distinción de género escritos en piedra: hombre y mujer. Punto. Y al menor indicio de desviación de esas dos categorías, se responderá con la censura y el castigo correspondientes. Y claro, este silencio sobre las otras posibilidades sexuales es terreno propicio para el cultivo de la ignorancia, los prejuicios y los estigmas.     

Asimismo, aparte de esta escuela, existen otras dos más: la casa y la calle. (Dejemos a la iglesia un apartado posterior.).Y las instrucciones que debemos recibir sin chistar se reducen a las siguientes. Nos han enseñado que entre hombres o entre mujeres no se tocan, menos se acarician o se besan. Pero, normalmente, la censura o la reprobación nunca son tan directas. Las expresiones de desprecio o burla hacia los gays son pan de cada día y el mejor método didáctico. Apelativos y muestras de crueldad, de repudio y de risa sardónica nos indican lo que no queremos ser, lo que debemos despreciar. Todo esto hace mella en nosotros. Nos (de)forma hacia la intolerancia. Forma victimarios y víctimas.

Blancos del odio. Cuando nos sentimos frustrados ante una seguidilla de fracasos o de rechazos, cuando nos humillan o nos dejamos humillar, o simplemente cuando queremos expulsar esa bilis obscura que brota espontáneamente desde dentro, inmediatamente buscamos víctimas para desfogar nuestro odio. Y no nos desquitamos con los poderosos. Qué va. Si no con los que creemos o identificamos como indefensos, inermes, los que creemos que no ostentan ninguna facultad para defenderse. También contra los extraños, las minorías, los marginales, los inferiores, los que no son incluidos dentro del manejo del poder o simplemente no son amparados por él; poder unas veces llamado mayoría, otras veces, normalidad. Entonces, abusamos del niño, golpeamos a la mujer o ingresamos a un bar gay con un rifle y disparamos a quemarropa a quienes sospechamos gays.

Iglesia soy y tú no, gay. Penosamente, la religión no resta sino suma, pero odio. Recuerdo –en el momento álgido del enfrentamiento entre las familias imaginarias contra las reales- cuando la Iglesia Cristiana Pentecostés Movimiento Misionero Mundial instaló un panel enorme frente a la PUCP que rezaba lo siguiente, según el Levítico 18:22: “No te echarás con varón como con mujer, es abominación”. Evidentemente, esta es una falta que el dios bíblico no perdona. Pero no solo no perdona, sino que además castiga. Compruébenlo no más un par de capítulos después según Levítico 20:13: “El hombre que se acueste con varón, como se acuesta con una mujer, ambos han cometido una infamia, los dos morirán y su sangre caerá sobre ellos”. Bueno, a esta petición de “justicia” súmenle un pastor que se tome este versículo al pie de la letra y lo predique con entusiasmo, e imagínense a una de las ovejas del rebaño del Señor que esté buscando el aval divino para desfogar su odio cometiendo una masacre contra la comunidad gay. ¿Sí? ¿Sumaron e imaginaron? Por supuesto, más sangre derramada: más víctimas. 

¿Es una cuestión de elección (ser gay)? Puedo explicar por qué no. Seré conciso e iré directo al grano. No creo que, sabiendo del rechazo general de toda la sociedad y hasta del peligro que corre su vida, los gays elijan ser gays. Entonces, no son como son a propósito, por lo menos inicialmente. Debe haber un impulso muy fuerte que los constituya y luche contra todos sus intentos de ser “normales”, de no defraudar a sus padres, de no ser objeto de burla de sus compañeros de clase y amigos, de no ser víctima de un grupo de “matacabros” –terrible término que me estremece- que ansiosos los buscan para desfogar su violencia.  

Líbranos del temor. Pepe y Ana acaban de tener un bebé, Juancito. Temen por su bienestar. Les preocupa su mantenencia, su educación, su salud, en general, su felicidad. Hacen lo posible para satisfacer estas necesidades. Entre las muchas fatalidades que esperan no enfrentar en la vida, existe una que le temen con todo el corazón: que su hijo no se vuelva homosexual. Y por más que no quisieron, así sucedió.

En realidad, Pepe, Ana y Juan no deberían temer, no deberían temer sufrir, para ser más precisos. Y que se entienda de una vez, el sufrimiento que los agobia no proviene de la sexualidad de Juan, sino del ambiente hostil en el que le tocó nacer homosexual. Porque, desgraciadamente, lo que le espera en una sociedad como la peruana es una seguidilla de insultos, burlas, discriminación, abandono y violencia; en resumen, odio, mucho odio.

Entonces, Pepe y Ana, no teman, mejor apoyen cambiar las condiciones de odio en las que vive la comunidad LGBTI y así ustedes y otras familias vivirán más libres, vivirán mejor, sin miedo.


Escrito por

Alexánder Muñoz Ferrer

Ex ingeniero, proyectista, filosofofo


Publicado en

Sociedad filosofofa

Sociedad, política y ética. Sobre todo lo que nos sorprende y también de lo que lamentablemente nos hemos acostumbrado