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Prácticas troll

Apuntes monográficos

Shut Up and Dance

Black Mirror (James Watkins)

Publicado: 2017-02-11

En el muro de la página de Facebook del grupo “Ni Una Menos”, se publicó una noticia sobre Milagros Rumiche, lamentablemente una víctima más de violencia de género.  

Hubo comentarios de solidaridad, pero también los hubo de lo contrario. Por ejemplo, un comentario de un hombre “X” intentó justificar las golpizas propinadas a Milagros acusándola de infiel. El agresor y pareja, Carlos Feijoo, poseía pruebas. Mensajes e imágenes enviados a otro hombre fueron supuestamente encontrados en el teléfono celular de Milagros. No contento con esa -dizque- defensa, el comentario de este hombre “X” reclamaba castigo por la infidelidad cometida, la cual en otras culturas se hubiera pagado mortalmente con lapidación. 

Otro de los comentarios exigía que la protesta contra la violencia hacia la mujer se extendiera en defensa de todos, sin distinción de género o edad. No era justo que se proteste solo contra los feminicidios. Señalaban que se debería rechazar toda manifestación de violencia, tomando en cuenta mujeres y también hombres, adultos y también niños. Criticaron el nombre “Ni Una Menos”, y sugirieron que se cambiara a “Nadie menos” para terminar con la hipocresía. Y ni qué decir de otros que propusieron el nombre “Ni Uno Menos”, acompañado de su respectiva marcha, por supuesto.

Antes de internet, habría sido menos complicado descifrar la intención o, por lo menos, la postura de estos dos hombres mediante la lectura de sus comentarios. Podríamos haber afirmado, por ejemplo, que el primero de ellos reclamaba que se estaba cometiendo una injusticia contra Carlos Feijoo, quien actúo como cualquier hombre actuaría ante una infidelidad. Y hasta demostró clemencia porque pudo haberla asesinado. Como lo hacen algunos musulmanes que, además de una golpiza, hubieran apedreado a Milagros hasta matarla. Por lo que no había justificación a admitir queja o protesta en “Ni Una Menos”, y menos organizar una marcha contra la violencia hacia las mujeres.

En nuestros días, en la época de los trolls, todo se complica. Ya no puedo afirmar con tanta seguridad que esa haya sido la intención del primer comentarista. Debo también concebir que este comentarista se metiera en la conversación con ganas de joder. Sí, lo lee bien. Entró solo a joder. O sea que toda esa perorata defendiendo a Carlos Feijoo no la dijo en serio. Desde el inicio siempre estuvo de acuerdo en que el agresor no tuvo justificación y que cometió un delito grave que merece pagarse según lo que dicte la justicia peruana. Por supuesto que esto no entendieron las mujeres de “Ni Una Menos”. Ellas respondieron con ira y tildaron al autor de ese primer comentario, citando a las más calmadas y siendo generosos, de desalmado e insensible. Y justamente estas reacciones fueron la recompensa que este troll estuvo esperando con ansias, para su deleite y goce.

Con lo dicho hasta esta parte confirmamos una de las características principales del troll según la definición de Wikipedia, diccionarios ingleses –porque los españoles todavía no lo admiten- y algunas universidades tecnológicas: sembrar discordia en internet posteando mensajes incendiarios, impertinentes o fuera de lugar en una comunidad en redes sociales, con el fin de provocar en los lectores una reacción emocional o interrumpir, distraer o desviar el curso de un diálogo o debate, con frecuencia, por diversión o placer del troll.

Por cuestiones de espacio y de interés nos restringiremos a esta definición de troll. No consideraremos otras de sus características o manifestaciones. Como es el caso de los mercenarios que se filtran entre los comentaristas de publicaciones de páginas de noticias o de perfiles particulares. El objetivo de estas incursiones mercenarias no es otro que inducir a los seguidores de las páginas a formarse una opinión negativa del personaje o agrupación políticos, por ejemplo, mediante la estrategia de la desinformación y la calumnia. De lo que se trata es de difamar o crear una imagen pobre de las personas, los grupos civiles o las instituciones. Nuevamente, reitero que no abordaremos estos fenómenos del troll por más que nos sean muy interesantes.

Pues bien, como se muestra en nuestra definición elegida y acotada, aparte de provocar reacciones emocionales –la más de las veces furiosas-, otro objetivo del troll es “interrumpir, distraer o desviar el curso de un diálogo o debate”. El segundo comentario mencionado párrafos arriba es un ejemplo claro de este otro objetivo. En él se aprecia cómo el debate o protesta es desviado del cauce de la violencia contra las mujeres –tema central en “Ni Una Menos”- hacia uno nuevo que sirve de interrupción y distractor: la protesta contra la violencia en general. Y con esto el reclamo justo y preciso de “Ni Una Menos” se pierde en la nebulosa de la generalidad, con lo que se complica atisbar los problemas particulares de las poblaciones vulnerables y, mucho peor, solucionarlos.

Y continuando dentro de los límites de nuestra definición, llama la atención las consecuencias y abusos del troll. Como les sucede a algunos grupos en redes sociales que, justificadamente, se han vuelto desconfiados por la posible aparición de trolls. Ante cualquier pregunta sospechosa, en especial de los nuevos participantes, son estos expulsados inmediatamente, y a veces sin ninguna explicación o advertencia previa. Este fue el caso de una amiga cercana quien me confesó que estuvo en desacuerdo con algunas situaciones poco claras pero denunciadas como abusos contra mujeres en una página peruana de feministas. Y en otra oportunidad criticó a otra participante por haber manejado un doble discurso: el de apoyar la noble causa de protestar contra el abuso hacia las mujeres, pero, al mismo tiempo y en otros espacios, mofarse de estas mismas iniciativas. Tiempo después de esta crítica, mi amiga fue expulsada de la página de este grupo de feministas. Jamás se le dio una explicación o se justificó el porqué.

Por lo dicho hasta aquí, ha surgido un dilema. O permito la libre expresión de los participantes, aunque con ello abro las puertas a los trolls y les permito hacer de las suyas. O restrinjo todo aquello que impide el curso “normal” de un debate según lo que considero productivo o no, hasta incluir el peligro de caer en la práctica de la censura contra toda opinión distinta de la mía. Es decir, acuso de troll a todo aquel que no piense como yo. Ante este dilema, muchos han optado por una solución inteligente, pero no rentable en tiempo o dinero: la contratación de un policía administrador que controle, monitoree y penalice a los usuarios de acuerdo a su participación (histórica). Otros han intentado filtrar la presencia de trolls desde el inicio poniendo énfasis en los datos solicitados como requisitos para su aceptación en el grupo de discusión. Y así, supongo, seguirán apareciendo otras soluciones más o menos efectivas y amigables a este dilema. Espero.

Entre muchos abusos que se pueden cometer en la práctica troll, uno de ellos me parece de lo más perjudicial. Y se produce cuando algunas personas se escudan tras la máscara troll al cometer un error. O cuando la utilizan para expresar por fin lo que realmente piensan, pero, saben, que no es ni política ni moral ni, a veces, psicológicamente aceptable o correcto en otro contexto. Por ejemplo, ante una noticia publicada en Facebook sobre una víctima de prácticas racistas, la mayoría de comentaristas se solidarizan con ella, se indignan contra el hecho y claman por justicia, pero la carta troll permite a otros expresar todo su racismo visceral y, ante cualquier reclamo, simplemente replican que nos están trolleando. Es decir, se amplía el sentido de la práctica troll con el fin de sacar toda la basura que tenemos dentro y salir del apuro libre e inmaculado sin más; la licencia troll nos permite despotricar contra el mundo impunemente.

Había oído decir hace años a alguien que no logro recordar que los atributos democráticos de las redes sociales no solo abrían las posibilidades de una mejor opinión pública o de estar mejor informados, sino que dejaban bien abiertas las puertas de las más pestilentes cloacas. Ahora, se me hace más evidente, la hediondez tiene otro medio para desanimar las más necesarias intenciones, interrumpir o distraer las acciones más solidarias e intentar sacar de nosotros lo que los mueve a ellos –los trolls- a generar reacciones vehementes: odio y más odio. Y solo por diversión, porque les da la gana. Así es el mundo de la trivialidad, así se nos muestra el mundo cloaca.


Escrito por

Alexánder Muñoz Ferrer

Ex ingeniero, proyectista, filosofofo


Publicado en

Sociedad filosofofa

Sociedad, política y ética. Sobre todo lo que nos sorprende y también de lo que lamentablemente nos hemos acostumbrado