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AG

O "Cómo he llegado a esto"

Publicado: 2019-04-17

El suicidio no necesariamente es producto de una enfermedad mental como la entendemos comúnmente: un conjunto de desajustes químicos cerebrales fuera de nuestro control que afectan nuestra conducta a tal punto que podemos atentar contra nuestra propia vida. El suicidio es también un estado al cual llegamos por cómo vivimos; es decir, los desajustes químicos y sus funestas secuelas no son azarosos, sino que en este caso responden y son el resultado de las decisiones que tomamos y de las situaciones en las que nos ubicamos. Este último tipo se acomoda más a AG. Pero ¿cómo llegó a esto?   

Repasemos brevemente, por lo menos, su vida política. Primero, siempre se sintió sobre todo y sobre todos. Con su partido político, se apoderó del Poder Judicial para asegurarse vivir en la impunidad. Jamás le importó el sufrimiento del pueblo peruano. En su primer gobierno, lo sometió a experimentos económicos que nos condenaron al hambre y la miseria, tanto material como espiritualmente. En consecuencia, muchos escaparon del país por la situación penosa en la que AG nos hundió aparatosamente; otros nos quedamos a hacer largas colas para rogar por alimentos básicos y continuar (sobre)viviendo en la inseguridad que nos diezmaba. Jamás afrontó la responsabilidad por estas calamidades. Escapó de la justicia y regresó al Perú años después (2001) cuando prescribieron sus delitos. Lamentablemente, lo elegimos por segunda vez presidente en el 2011, según se pensaba, para evitar un mal mayor: Ollanta Humala. Victorioso, AG nos volvió a robar con sus huestes de la corrupción; despreció a las comunidades nativas y las reprimió mortalmente en Bagua; y, finalmente, negoció por debajo de la mesa coimas millonarias con Odebrecht.

Es seguro que estoy obviando otros actos que nos recuerdan cuánto AG se benefició de la impunidad y cuánto benefició a la corrupción. Sin embargo, lo dicho sirve para perfilar la trayectoria política y vital de un hombre que siempre se creyó por encima de la ley. Ahora, cuando por fin se lo investigaba seriamente, decidió, urgido por la ira, la desesperación y el orgullo mancillado, escapar otra vez de la justicia cometiendo suicidio.

No celebro nada. Siento compasión por AG, incluida la lástima hacia quien llevaba una vida realmente miserable y sufriente que solo pudo acallar con una tragedia. Pero la compasión no es resentimiento, menos olvido, tampoco complicidad. Estamos de luto, sí, por él, pero, primero y principalmente, por la justicia trunca en el Perú.


Escrito por

Alexánder Muñoz Ferrer

Ex ingeniero, proyectista, filosofofo


Publicado en

Sociedad filosofofa

Sociedad, política y ética. Sobre todo lo que nos sorprende y también de lo que lamentablemente nos hemos acostumbrado